Tuesday, November 09, 2010

Se Busca

Se busca (viva o muerta) la identidad de
María*, mujer**, española*** de treinta años****.

Llamen (a la puerta) si saben donde la puedo encontrar o tienen alguna clave que me lleve a ella (a la identidad, no a la puerta)

*María: Sí, como la virgen, aunque de virgen me queda poco, porque quién conociera a maría amaría a maría.
Y sí, María como las asignaturas facilonas aunque de fácil o simplona tengo poco. Soy retorcida con la lengua. Y a veces loca, perra y arpía. Lo sencillo me aletarga, me aburre o desespera, lo complicado me engancha a la serotonina en vena.

**Mujer: sí de armas tomar las veces, hecha y derecha aunque zurdita. Pero me manejo con los mapas como pies en el agua y conduzco debuti y en ocasiones me antecede una tripilla cervecera, y me depilo el bigote cuando mi hermana me lo descubre y se lleva las manos a la cabeza y llevo los pantalones en mi casa y a ella traigo el pan y miro no sin descaro cuando veo una chavala agraciada en sus aires o atributos....

***Española: por acusaciones del picaporte/pasaporte que me abre las puertas de tantos países pero ni por tiempo que he pastado en tierras españolas, ni por amor a la bandera o a la corona q la decora, ni por voz ni voto, ni por el (quem)arte cocinando arroces amarillentos, ni amarillas tortillas, ni por mis gráciles contoneos haciendo que bailo sevillanas, jotas, zetas o pés, ni por que me arda la sangre- de rabia- al ver un toro en el coso ignorante de que le espera un final vangoniano.


****Treinta años: pero a veces tengo la curiosidad de una nena de 7, regalo los sabios consejos de una arrugada mujeruca que roza con los dedos su lecho eterno, la descarada desvergüenza de una jovenzuela que sin éxito intenta introducirse su primer tampón en el orificio virginal, o la serenitud de una damita cincuentona, o el llanto desconsolado de un bebe o la soledad de un muerto de Bécquer.



Atún, atún tún
Quién es?
Soy yo, tu identidad
Adelante adelante: ay! Caramba!
Pero si no te había reconocido! He cambiado tanto últimamente!!!

La visitación del papanatas del vaticao, o el cuento al que no le salen las cuentas

Érase que se era, una historia de la pera. (Nótese que podría haber dicho – por cuestión de temática- una historia de la ostia, pero por rima, finura y amor a las frutas me decanto por la pera).

El jefe de Estado de una llamada Monarquía Absoluta o absolutista al caso (dos palabras que ya separadas me causan respingo y juntas casi me dan un yuyu (o yeyu) o papatús), llegó a visitar a los fieles de un estado que había estado… mejor. Por lo menos un 20% de ellos, al no tener que ir al trabajo por carecer de él, le fueron a ver. El famoso ‘Ora et labora’ antiguo – o el actual: Oro (¡y tanto!) o laboro (¡Y tan poco!) o bién: ‘A falta de pagas, en las rodillas llagas’ (Dice el refrán que me acabo de inventar).

El honorado, regía, presidía y recibía una suculenta papaga de un pequeño imperio de 900 personas, en su mayoría varones. Un imperio pétreo de algún rincón de la Europa del sur de un siglo con mucha luz y sin muchas luces. Un imperio rico en fe y más rico todavía en pecunia. (Casi 400,000 Euros per cápita per annum). Elegido, no por elección del pueblo, sino por un grupito – todos varones también – a su vez elegidos por el anterior jefecito del reino. Un desliz de la democracia, vaya. Las mujeres – pocas - ni tienen derecho de voto, ni derecho de ser votadas. Un reino que no ratifica la convención de las Naciones Unidas contra la discriminación de las mujeres. Un reino que empeña una novena parte de sus habitantes en defenderse contra sus demonios – todos varones los soldatidos de plata, bueno y los demonios también. Incluidos en el paquete del sacro ejército dos tamborileros y un capellán.

Éste señor – mano derecha otro señor pero con mayúscula, fue a (re)santificar una catedral en año santo (que digo yo, que podría venir en los años no santos para no santificar lo que ya ha santificado el destino de los años) y una familia que ya era sagrada.

Para preparar la visitación y el arduo ejercicio de la resantificación, el estado anfitrión rebuscó en las arcas –que parecían vacías – y encontró. Vaya que si encontró! Un tesoro de unos 900 millones de las antiguas (y barbudas) pesetas. Sí lo que oís y lo escribo con todos los ceros para el lector despistado o torpecillo en materia de álgebra: 900.000.000 de las difuntas antepasadas del euro. Ni más ni menos.

Pero gastado en qué, por que regalarle al mandatario quesos de tetilla sería de mal gusto… Gastado en un escenario – le han timado a alguién por que por ese precio venden tronos en Ikea seguro - y con toda seguridad en seguridad.

Para hacer de la faena un acto más efectivo y mucho más movidito, yo hubiera traído de vacaciones al campo de estrellas, al grupito de oficiales con tamborileros y todo, que para eso cobran lo que cobran. Para hacer un concierto en el escenario –altar- trono con unas cuántas gaititas y amortizar un poco. Además, para qué tantos escudos, esfuerzos y sobre todo tantos ceros, para proteger a alguien que se codea con ángeles, tiene a raya a los demonios y que es descendiente del mismísimo portero del cielo.

En el reino anfitrión, la leyenda dice que los zapateros irán al cielo por buenos (o tontos), los del reino del vaticao Irán al infierno en papamóvil, y los fieles peninsulares sin laburo– Ay pobres porDioseros! no comerán perdices – por que no las pueden pagar y se morirán del asco mientras mascullan entre dientes un aleluya moribundo y arrepentido.

La apuntadora se quedará pensativa en su sillón intentando comprender. Absorta, con un cacao maravillao, el cacao de la vaticao.

Y colorín colorado este cuento será censurado.

Monday, November 08, 2010

Kasongo me ilumina - o el relato de una coqueta luciérnaga en la oscuridad

Perdida en la grotesca oscuridad de una noche de otro siglo que se enmaraña en el presente, aparece una luciérnaga.

En el salón, de esta casa construida por los bárbaros belgas antes de que el mundo se agitara con la segunda guerra mundial, abarrotada por su pomposa luminosidad, la luciérnaga se contonea, vivaracha ante mis ojos rendidos por la fatiga. Se regodea, saltarina orgullosa de sus antenas y su bombilla.

Solo ella porta luz, todo lo demás en las selváticas hectáreas que me rodean, esta cubierto de una cruel opacidad que sólo deja ver los sonidos de los grillos. La luna es ama, duena y senora orgullosísima de todas las sombras, contornos y horizontes parducos. Y hasta la noche es mulata.

En entornos en los que llegan mínimos estímulos a los ojos, el cerebro se agudiza, los ojos se despiertan y lo llano y mundano se convierte en arte, poesía y color. Entre rejas fermentan los instintos y las ideas. Comienzo a masticar mi soledad obligada. A gozarla y darle la bienvenida. Perdida en el corazón de África o en el culo del mundo, en la nada, donde solo hay polvo, sudor y pies descalzos, me he topado con una extraña paz, para la que nunca tengo tiempo. Pero el tiempo aquí también se ha apagado. Este claustrofóbico escondite de interminables segundos de sol e interminables segundos sin luz, está lejos del infierno que creía encontrar.

Es un paraíso de antes. Purito y casto. Ajeno a nuestras distracciones y glotonerías de occidente. Sin antenas, exceptuando las de decoran las cabezas de nuestros amigos insectos. Que tontea con el aburrimiento, pero con un que-se-yo que escapa a revistas de agencias y documentales de la 2. (seguramente por fortuna).

Ni taxis, coches o autobuses. Ni bares, boîtes, o antros – ni recuerdo o imaginación de ellos, ni teles ni visones, ni juguetitos eróticos, ni revistas, ni libros, ni periódicos – por no haber, no existen casi ni las letras ni los puños que las puedan crear –, ni perros, gatos, o caballos, ni mues, ni ñues, ni ricos ni famosos, ni blancos, ni rubios de ojos azules, ni restaurantes japoneses o tacones de aguja (los únicos tacones aquí, son Tacones lejanos). Nunca ha habido ni habrá ni una sola pizza, ni un triste cruasán. No hay microondas, ni ipods, ni asfalto, ni hay por qué. Tampoco tampones. Ni piscinas, ni afterhours, ni fiestas de la espuma, ni falta que hacen. No hay chistes, ni chicles, ni chinos.

Si hay fe, y canciones de repente, y juguetitos de los de antes –que dirían los abuelos - hechos con ruedas prejubiladas y tapones de botellas reusadas hasta la saciedad. Sí hay paseos con cabras caprichosas, algún anófeles palúdico, alguna que otra (wanna-bi) bicicleta –, pescaditos secos colocados en montoncitos en el mercadito esperando a ser engullidos, un guardia de tráfico -de personas- en la rotonda principal. Si hay polvo, y fecundaciones, muchas. Y muchas, muchas caras atónitas y miradas curiosas cuando yo voy descubriendo la riqueza que se esconde en la pobreza de este lugar.

Los niños se asustan y no se atreven a acercarse a mí. Si lo hacen es para pedirme un bombom ou de l’argent. El sol castiga en el caminucho rojizo en donde todos los que me ven pasar me remiran con curiosidad que me hace sentir (un tanto incómoda) como una celebridad o como un bicho raro raro raro. Me sudan hasta los antepasados, y el polvo del camino genera un barrillo en mi epidermis que por un momento me hace pensar en un ligero y apanado moreno. Un espejismo sin duda alguna: el agua de la pileta en donde me baño, -y nótese que no digo ducha, por que no acostumbro a usar eufemismos - me aclara, las ideas.

Estoy lejos de todo y cerca de todo. Lejos de mi epicentro, de mi ecosistema, de los aires que respiro. Cerca de las realidades más básicas de la vida, de las sonrisas más sinceras (y con menos empastes), de las miradas más transparentes, de las verdades más escritas y descritas por otras civilizaciones.

Cerca de lo que siempre ha estado ahí pero que no he podido ver por estar cegada con tanta luz. Y aquí sigo sin ella. Da igual abrir los ojos que cerrarlos. Solo puedo ver mi imaginación, mis ideas, a mi-sma. Como la luciérnaga, que decidió crear su propia luz interior cuando todo a su alrededor era noche, como la noche que se inventó las estrellas, como las estrellas que se fugaron, a mí Kasongo me ilumina.