Saturday, September 29, 2012

La Cuerda Floja

Una vez en una clase de meditación, el profesor nos pidió que visualmente nos imagináramos a nosotros mismos en el aire, sujetos por miles de cuerdas hacia todas las direcciones, tirantes, unas con mas tensión y otras con menos. Esas cuerdas representaban cada una de las cosas, personas, pensamientos, acontecimientos que tienen una incidencia o una fuerza sobre nosotros en un momento dado. Una pelea con nuestra pareja, un dolor de espalda, un mal dia en el trabajo, la lluvia, pero también un buen momento en una terraza, una clase de zumba o lo que sea. Nos pidió que nos imagináramos con las cuerdas tensadas hacia un lado y otro. Y como eso nos hace mantenernos flotando en el aire pero nos desfigura. Luchamos para aflojar unas, cortar otras, tirar de unas hacia nosotros para mantener el control sobre esas cuerdas. Para mantenernos “cuerdos”. Logramos que las cuerdas estén menos flojas cuando hacemos relajación, cuando vamos de vacaciones, cuando desconectamos. Y cuando las cuerdas están tensas, tirantes, así estamos nosotros también. Y nos sentimos frustrados al no tener el control del otro lado de cada cuerda, de no poder definir sus fuerzas, sus direcciones. Y cuando la cuerda del trabajo esta en un buen punto, la del amor no va, o la de la maternidad, o la del dinero, o la de la salud. Y si una cuerda prioritaria en nuestra vida se tensa, nos tira con tal fuerza que no importa el estado óptimo de las demás: Una sola cuerda puede desequilibrarnos, desestabilizar todas las demás. Pensamos que la felicidad llegara cuando consigamos controlar el otro extremo de la cuerda. Pero que pasa si el otro extremo de la cuerda esta en otra galaxia? Si llega hasta el infinito y no podemos tener el control sobre ella? El profesor nos pidió entonces que entráramos a meditar. La meditación, nos conto, no trata de intentar destensar o tener el control sobre las cuerdas que nos rodean, sino de hacerlas desaparecer por un instante. Él nos hablo de que cada uno de nosotros somos perfectos en lo que somos, en nosotros mismos por que somos únicos. Podemos visualmente imaginarnos flotando sin ataduras, simplemente dejándonos llevar. Somos perfectos en cuanto que somos, sin la condición de ser o no madre, buena persona, con un buen trabajo, con una pareja estable, o con los millones de expectativas que la sociedad primero, y nosotros después marcamos en nuestra frente. Y asi, en un esfuerzo por hacer desaparecer las cuerdas, nos podemos encontrar con nosotros mismos, con quien somos genuinamente, y encontrar una paz interior que se esconde. Pensaba en todo esto a mi vuelta de un viaje a Sri Lanka, y en un momento de la vida en la que me doy cuenta de que mi felicidad ya no es controlable. Cuando a uno le salen las cosas como quiere siempre, se vuelve controlador de los entornos, de las personas. Sin saberlo a veces. Pero hay una esquina en nuestro camino que todos acabamos doblando que es la que nos enfrenta a una situación incontrolable. Para algunos quizá solo llegara con enfrentarse a la muerte, pero para la mayoría llega en forma de la ausencia de control sobre pilares importantes en la vida: Querer ser madre y no quedarse embarazada, querer a alguien y que se vaya a otro lugar, o quiera a otra persona, querer trabajar y no encontrar trabajo, querer olvidar y no poder, querer recordar, y olvidar… Y durante el viaje a Sri Lanka nos encontramos con el recuerdo del Tsunami que mato a tantas personas en el país, y hablábamos de que es lo que hay que hacer si viene un tsunami. Y nos contaban que lo que hay que hacer ante una fuerza que te arrastra, no es combatirla, por que al ser mucho mas fuerte que nosotros lo único que hace es agotarnos, asfixiarnos, y dejarnos sin aliento. Lo que hay que hacer es dejarse llevar. Pero dejarse llevar, implica aceptar que perdemos el control. Y ahi reside el gran conflicto. Quizá hemos pasado de una generación que lo aceptaba casi todo (pienso en la sumisión de la mujer por ejemplo, o de los niños) a una generación que ha visto la aceptación como algo inaceptable. Nos hemos acostumbrado a que todo sea como queremos, a no saber algo y buscarlo instantáneamente por internet, a acceder a todo tipo de abalorios que nos dan mas control sobre el mundo, mas información, mas acceso a quien queremos. Una generación que concentra los esfuerzos en el envoltorio y no en el interior. Cuando una cuerda nos tira mucho, la cortamos sin más. Rompemos con mucho y no aceptamos nada. El problema es de nuevo, aquellas cuerdas sobre las que no tenemos el control y las que no nos atrevemos a cortar por que pensamos son vitales. Creo que debemos dejarnos llevar más, y controlar menos los acontecimientos de la vida. Y si, también nuestros sentimientos sobre dichos acontecimientos. Nos hemos convertido en una sociedad que solo valora lo positivo, que lucha en contra de la tristeza, de los miedos, los entierra. O se esfuerza cuanto puede por maquillarlos, transformarlos en sonrisas. Prohibido llorar, prohibido preocuparse. Llorar y preocuparse es quizá el paso indispensable para darnos cuenta de que no podemos controlar algo particular en la vida, es el símbolo de dejar de tensar la cuerda, el símbolo de dejarse llevar y reconocer que ese hecho nos afecta, nos conmueve, nos duele. Al reconocer el efecto de dicha cuerda sobre nosotros, le estamos dando un espacio diferente en nuestras vidas, nos transformamos nosotros y como nos relacionamos con lo que esta al otro lado de la cuerda. No la estamos manipulando, escondiendo, tratando de cortarla. Tenemos pues que aceptar esas cuerdas que nos rodean por que son parte de nosotros y nuestra existencia, y al dejarnos llevar, dejar que se borren de nuestro alrededor para encontrarnos con nosotros mismos en nuestra esencia. Convivir con ellas, y elevarnos sobre ellas cuando lo necesitemos. Si no, andaremos siempre, en la cuerda floja.