Monday, September 16, 2013

Los secretos



Le surcaba la cara una cicatriz maliciosa. Poseía una mirada a medio camino entre la desdicha y la poesía, escondida en sus ojos azules, inertes. Y entre esos ojos, una nariz desafortunadamente asimétrica resbalaba sin más. De los brazos, le colgaban unas manazas. Afortunadamente mudas. Todos le conocían en la ciudad. Todos,  menos yo.

La energía que le rondaba fue lo que me empujó a levantar la vista de mi ordenador aquella fría mañana de enero. Yo iba a trabajar todos los días por la mañana a ese café. Me sentaba en una mesa enorme de madera, me pedía un cappuccino y trabajaba sin parar toda la mañana. Me encantaba mi rutina.

“Un café con hielo. Grande”, dijo él. Pagó a la chiquilla, a ella, dio media vuelta, cogió su café y me miró mientras salía de la cafetería. “ Que tengas un buen día” – me gritó. Y me guiñó uno de esos ojos azules inertes suyos. Creo que fue en aquel momento cuando me hipnotizó.

Cada día la escena se repetía y él entraba en la cafetería y pedía su café. Grande. Me dirigía su saludo matutino a todo pulmón y salía con la misma gracia con la que había entrado. Se metía en su BMW que aparcaba casi diagonalmente ocupando dos lugares, y se iba a toda velocidad. “Qué hombre más curioso”, me dije.

A los pocos días, ya había adquirido un reflejo condicionado. Con tan solo una frase, repetida cada mañana a la misma hora, había nacido en mi un extraño interés por él. Miraba hacia la puerta cuando se abría. Hasta que aparecía. Con sus tatuajes que pretendían ocultar. Y cuando se iba, seguía con la vista el BMW, sin entender. Y uno de los días en los que mi mente se aturullaba intentando averiguar  su vida, de camino a la calle, después de pedir su café y pagarle a la chica, a ella, se detuvo. Se acercó a mí, se sentó en la silla al otro lado de la mesa de madera y me espetó con descaro: “!Qué vida mas aburrida debes de tener!”

“!Lo mismo digo!”, le dije. “Que tengas un buen día”, me dijo levantándose. “Y tu también”, le dije entre dientes, clavándole los ojos en la nuca mientras él caminaba hacia a la puerta.

Entre lágrimas, más adelante, le contaría mi secreto. La primera y única persona a la que se lo conté. Y un año más tarde, confirmaría yo el suyo. Su secreto.

Unos días después de nuestra primera interacción, volvió a sentarse delante de mí con su café. (Grande). Me preguntó que a que me dedicaba. “A qué te dedicas? Siempre te veo aquí, escondida tras tu ordenador.” Le conté a que me dedicaba entonces. “A defender los derechos de las mujeres. Y tú?” Y antes de contestarme, me dijo si quería un café y salir a charlar con él a la terraza. “Sí gracias, uno como el tuyo” - Le dije. Nos sentamos en la terraza, aún hacía frío. Me preguntó: “Quieres la versión corta, la versión larga, o la versión drama de mi historia”. Me hizo reír. Le dije, “La versión drama, por supuesto”.

Se llamaba Keith. Era Americano, aunque Americano solo había sido en su primera vida, si así se le podía llamar. Vida. Había sido holandés en la segunda (vida) que comenzó debajo de un puente de Ámsterdam, con un ataque al corazón, y las venas perforadas. “Toqué fondo y tomé impulso”, dijo.

Su padre, un holandés emigrado a Estados Unidos, descubrió dicha y desdicha en una botella. Keith, había seguido pronto sus pasos y a los 18 años sus brazos ya tenían sed de jeringuilla. Huyendo de su presente, buscó futuro de vuelta en Holanda. Pero solo encontró más droga. Dormía en las aceras, pedía florines a los turistas, y llenaba el estómago con restos de comida que encontraba en la basura. La nariz se la rompió un puño una noche de invierno. Pero mereció la pena: 9 horas de sueño en un portal caliente. Caliente. Antes y después de la noche en que su nariz dejo de ser afilada, miles de agujas consiguieron inyectarle de todo, incluido un virus (desconocido entonces) que llegó a su cuerpo en 1986.

Me contaba su historia, como si nada. Ahora ya entendía la historia de su nariz deformada, y la historia de sus tatuajes que pretendían ocultar. Aún no sabía la historia de la cicatriz, ni la historia de su BMW.

********

Los retoños en los árboles fueron poco a poco reapareciendo, y Keith y yo conversábamos todos los días. Era mucho mayor que no, y no me atraía lo mas mínimo. Tenía una cara grotesca, deformada. Era como un personaje de Tolkiem con los ojos azules y el pelo rubio. Era su inteligencia lo que me fascinaba. Y su espíritu. Un espíritu diferente, singular. Me desorientaba y me llenaba de preguntas. Cuanto más sabía de él, menos le conocía, y más extenso parecía hacerse el océano de su vida. Quería saber más. Y más me fue contando. “Toqué fondo y tomé impulso. Alguien me debió encontrar prácticamente muerto debajo de un puente. Solo se que me desperté en la cama de un hospital. La sombra de una sobredosis siempre es la nube que cubre a todos los yonkis, pero uno siempre piensa que le tocara a otro. En este caso el otro fui yo. Del hospital, me mandaron a un centro de rehabilitación. Allí pase 8 largos meses. Era el año 1998. Me limpié. Creo que ninguna célula de mi cuerpo recuerda ya la heroína. Lo dejé todo. Menos el café. En el centro conocí a Hanneke, una trabajadora social que se convirtió en mi única amiga. Nunca había visto a alguien con el pelo tan rubio como ella. Era casi blanco. Paseábamos por el centro a menudo, charlábamos. Ella tenía solo 21 años. Un mes antes de que me dieran el alta, me dijo que le preocupaba que recayera al salir de nuevo al mundo real. Y así fue como me contó el proyecto de su hermano Eric. Eric vino a visitarme un día al centro. Tenía una empresa de producción de música y me ofreció ayudarle cuando saliera. Como no tenía realmente ninguna otra opción, acepté. Él y yo descubrimos al unísono mi potencial para el negocio. En los dos años que estuve de voluntario, su empresa creció como la espuma y como catapultado, en 6 años creé mi propia productora de música, hoy, la número 1 en Holanda… Sí, toqué fondo y comencé a subir sin parar… sin parar. Sus ojos se perdieron mientras me contaba.

****

Era una tarde de verano, 6 meses después de haberle visto por primera vez. Nunca le había visto en ningún otro lugar que no fuera el café. No tenía su teléfono ni  ninguna otra información de contacto. Ni siquiera sabía su apellido. Y sin embargo - y sin embargo - aquella tarde le conté mi secreto.

El cielo se iba poniendo colorado. Y el rosa de las nubes se sumergía en los canales de Ámsterdam. Su casa estaba enlatada en una callejuela en frente de uno de esos canales de postal. Al igual que la casa de Anna Frank, tenía dos partes, la de delante, que daba hacia la calle y la de atrás, escondida, que daba a un patio cerrado y sombrío, silencioso. Me hizo quitarme los zapatos para entrar. Todo estaba impecable. Impecable. Una tras otra fue enseñándome todas las habitaciones. Las paredes podían estar orgullosas. Aquella casa parecía un museo. Yo me preguntaba como una persona que vestía tan mal, con esos pantalones negros andrajosos, y las zapatillas blancas de deporte que parecían dos barcas, podía tener un refugio con tanto gusto. Cuadros, esculturas, muebles de madera de caoba, roble o ébano, exquisitos. Tras cada puerta, una habitación aún más bonita. Hasta que en una de las puertas de la parte trasera de la casa, se detuvo.  Me miró fijamente con los ojos muy abiertos.  

“No te asustes, me dijo. No te lo había comentado aún. ”Al abrir aquella puerta, se abrió también la sorpresa. No había nada en aquella habitación oscura. No había nada. Nada. Hasta que mis ojos se adaptaron, y dejaron paso a la luz y fue apareciendo al fondo de la habitación vacía un colchón en el suelo. Y en el colchón,  la vi. A ella. Se giró. El cabello largo, suelto le tapaba la espalda. Le regaló una sonrisa sin ganas. A Keith. A mí me miró confundida. Se le veía minúscula en la penumbra. 

La capacidad humana de conectar ideas es fascinante. Se comienza por una taza de café que nos recuerda a una cafetería de Marrakech en la que estuve hace tres años con amigos, justo después de que se nos rompiera la llave del coche de alquiler y tuviéramos que pasar horas mirando a dicha taza del café (a la que nos recuerda esta taza de café) hasta que alguien viniera a traernos una llave nueva, (porque, dicho sea de paso, no funcionó el truco de pegar las dos partes de la llave e intentar introducirlas en la cerradura con ayuda (poca) del aceite (mucho) con el que fríen el pescado en el restauran frente al cual se encontraba el coche impenetrable) y se acaba por acordarse de la versión de mi futuro que me leyó una amiga basando sus conjeturas en los posos de una taza de café en Wisconsin, que hablaba de que leer los restos del café en una taza era como leer una palma de la mano y que podría descifrar el destino de uno. Pum, pum, pum, de una idea a otra. Si… la capacidad humana de conectar ideas es fascinante.

Al verla a ella en el colchón en la habitación en la casa de Keith, allí en el suelo, allí en la penumbra, mi mente divagó. Conectando unos puntos con otros tejí lo que sin duda era la verdadera explicación de la rocambolesca escena de esta historia. 

Ella, una chica de 17 años con un trabajo precario, problemas con sus padres.  En la casa de él, de cincuentaypico, con tanto dinero como labia. Su amante. Su proxeneta. Su dueño. La había ido conquistando día tras día al pedirle un café. Grande. Dejándole propinas. Grandes. Regalándole promesas. Grandes.  Descubriendo las flaquezas de ella cada día, desmontándola, hasta desnudarla completamente y convertirla en su marioneta. Convenciéndola de que si no tiene donde ir, puede quedarse sin problema en su casa. Que él, “ya sabes, ayudo a muchas otras chicas como tú”. Y cobrándole el alquiler en ese mismo colchón. Y la única razón por la cual me había invitado a mi, sin haber excluido aquella habitación de su recorrido por la casa, era por que me está presentando a mi eventual compañera de habitación y colchón. Por que quiere desmontarme a mi también. Y mi mente siguió y siguió, con imágenes de lo que podría haber sido y no fue, hasta que me devolvió al aquí y al ahora.

“Ven, vamos al salón, quieres algo de beber?” – “Un té”, le dije, mientras él cerraba la puerta.

“Desde esta ventana se ve el centro de rehabilitación. My baby. Todo lo que gano y no gasto en arte, muebles o coches, lo meto allí, en el centro de rehabilitación para jóvenes. Cuando me empezó a ir muy bien en la empresa, me metí en este proyecto. Quería ayudar a gente como yo. Que hubieran tocado fondo o que estuvieran a punto de tocarlo. Me da la vida el centro. Es mi bebé. ¿Ven quieres verlo? " Esta aun abierto a esta hora?, pregunté. "Sí, están las luces encendidas, deben estar los administrativos aún.”

Cruzamos el puente hasta llegar al otro lado del canal. Como dijo Keith, aún había dos chicos allí. Ambos le saludaron efusivamente, mediante sendos sentidos abrazos. El sitio era maravilloso. Todo pintado de blanco. Olía casi a santuario. Impecable. Techos altos. Sólo las obras de arte rompían la blancura. Los chicos no eran clientes – como les llamó él- sino un par de trabajadores sentados en una mesa enorme, entre papeles. “Las mujeres son los casos más complicados” – dijo Keith,  “casi nunca tienen una sola adicción, se meten de todo y cuando tocan la calle, casi nunca volverán a salir de ella. Por eso aquí nos centramos más en las chicas.” Me ensenó todas las salas del centro. Resultaba raro ver un centro de este tipo en uno de los edificios más majestuosos del centro de Ámsterdam. Las ventanas llegaban casi hasta los techos, los jarrones de flores eran espectaculares. El lugar tenía duende.

“ Ven, te quiero enseñar el estudio de grabación”. “¿Dónde está?” “Abajo, ven”, dijo. Bajamos. El sótano, vasto y reluciente, era igual de alargado que el piso de arriba, pero tenía los techos muy bajos, y subiendo la mano se podía tocar el techo. “Piensa en algún cantante holandés. Cualquiera. Te aseguro que ha estado aquí grabando, aquí vienen todos a grabar”. “ Impresionante”, le dije. “ ¿Y la cicatriz? ¿Qué te pasó?”. “Ahá, la cicatriz, querida... la cicatriz es mi secreto”. 

Y mi mente me catapultó de nuevo hacia conexiones, reflexiones, pensamientos, ideas, y comenzó a divagar de nuevo. Cómo he podido desconfiar de él?. Seguro que la chica de su casa está teniendo problemas y él la está ayudando, dejándola estar en su casa para que no acabe debajo de un puente. Es la chica del café. La de los ojos ensimismados. La chica sin sonrisa. Menos cuando le ve a él. Su salvador, su salvación. Él se dio cuenta enseguida, al pedirle sus cafés todos los días. Sus manos transparentes, su mandíbula apretada, su delgadez extrema. Las ojeras que acunaban sus ojos. Algún día hablaron en la terraza y él le preguntó si estaba bien. Ella no consiguió aguantar las lágrimas y le contó todo el follón en el que estaba metida. Sus padres la habían echado, cuando intentó robarles la televisión, después de haberse llevado ya media casa. En el trabajo ganaba una miseria y con lo que le dedicaba a sus vicios, iba a acabar tarde o temprano  pidiendo dinero a los turistas, por caridad o por un polvo. Y él… Cómo he podido pensar….

Al volver a la casa, el té ya se había enfriado, y la tarde colorada se tornó en una noche opaca. Fue entonces,  cuando yo le conté mi secreto. Y él me escuchó como si supiera lo que le iba a contar. Sin pestañear. Mi secreto. No me juzgó. No me tiró ninguna piedra. Me escuchó. Me entendió. Me comprendió.
Y después de un rato en silencio murmuró unas palabras que nunca conseguí entender: Juan y Lucas 8 y 15.


El lunes siguiente, volví al café a trabajar como de costumbre. Y el martes, y el miércoles. Ni rastro de Keith. Ni de ella. No me atreví a preguntar a sus compañeros. Y el jueves, al entrar, allí la ví. Me asusté al verla, por que estaba completamente demacrada, casi amarilla. Ella también se asustó al verme a mí entrar. Su cuerpo hablaba, y parecía pronunciar las palabras “Tierra trágame”. Dejé mis cosas en la mesa y me puse a la cola para pedir un café. Cuando fue mi turno, le pedí un café, en holandés. Le sonreí, y mi sorisa pronunciaba las palabras “No te preocupes, no voy a decirle nada a nadie. Soy una tumba. Tu secreto acaba en mí”. Mientras me preparaba mi café, su cuerpo seguía repitiendo las palabras “Tierra, trágame”, pero había algo más, en sus ojos. ¿Qué decían esos ojos esquivos? Sí, decían “No te preocupes, yo tampoco le voy a decir nada a nadie. Soy una tumba. Tu secreto acaba en mí.”

"¿Sabes dónde está Keith?”, le pregunté. “No, no sé nada de él” le dijo al cuello de su camiseta, sin levantar la mirada. Ahora su cuerpo parecía pronunciar las palabras: “ Tierra, trágatela a ella, dile que se calle, que me deje en paz, que no pronuncie su nombre, que se vaya”. Preguntarle a una pared seguramente habría dado más frutos. No entendía nada. Le di las gracias, cogí mi café, me senté, y con el ceño fruncido me pregunté: “¿ Qué cojones le pasa a esta tía? ¿Dónde coño está Keith?”.

Abrí el ordenador y me puse a trabajar. No podía concentrarme. Algo no me cuadraba. Para distraerme, decidí leer el periódico. Me levanté, y fui a la mesita donde estaban los periódicos holandeses. En la página 6, entre un anuncio de sostenes de Woman Secret y otro de bombones Leonidas, había un artículo, con 3 párrafos, 235 palabras, 3567 letras y 1 foto. De Keith. Leí el título y las tres primeras líneas antes de que el resto de las letras se emborronara por completo, y el sonido de los latidos de mi corazón hicieran cada vez más fuertes y retumbaran en mi sien. “No, no puede ser. No puede ser.” El artículo se titulaba “ Keith Bakker, acusado por acoso sexual por 5 clientas de su clínica de rehabilitación”. Cuatro de las chicas que estaban en su clínica habían salido a la luz para denunciarle, después de que el lunes otra chica de 19 años denunciara ante los medios que Keith había querido iniciar relaciones con ella, y que ante su negativa, él le había forzado y le seguía acosando constantemente.

Miré a la chica que seguía haciendo cafés, pero solo la conseguí ver en ese colchón en la penumbra. No conseguía creerlo. La miré, como si mirándola fijamente consiguiera arrancarle una respuesta. Pero nunca me devolvió la mirada. Durante unos diez minutos permanecí inmovil con el periódico en las manos. Una señora vieja que estaba sentada a mi lado empezó a mirarme y vió que estaba leyendo el artículo. “Un hombre repugnante, Mr Bakker” dijo. “Repugnante. Nació siendo una sabandija y morirá a la sombra como la sabandija que es. Ojalá no le extraditen a Estados Unidos. Que asco, de verdad”.

En mi mente se confundieron las ideas. Keith era mi amigo. Era la única persona a la que le había contado mi secreto. Era mi confidente. Él me escuchó y me comprendió sin juzgarme. Pero... existía esa otra realidad que imaginé en su casa. ¿Era un enfermo?. ¿Le hizo algo a la chica del café? ¿Por eso no quiere hablar del tema? ¿Por eso ha desaparecido? Inmediatamente pensé en mí. Si fuera un acosador, un violador, no habría intentado violarme a mí? Pero no lo hizo. Ni estando a solas con él en su casa. Sólo me escuchó. Me brindó su amistad. Quizás tenía que defenderle. Hablar con alguien. Verificar que conmigo no intentó ni lo más mínimo. Pero no podía. Si 5 mujeres habían declarado claramente sus situaciones, era por algo. ¿Y si esa era su intención conmigo? ¿Y si el haberme escuchado y comprendido era simplemente una estrategia?

No sabía qué pensar.

*****

Los meses pasaron y Keith entró en juicio. 5 mujeres más le acusaron de abuso sexual. 10 en total. Todas menores de 22 años. Ninguna de ellas era la chica del café. Yo seguía el caso al milímetro. Keith admitió haber tenido relaciones de mutuo acuerdo con todas las chicas. Sin embargo, meses más tarde, fue condenado a 10 años de cárcel en Holanda. Por abuso de poder y por que nunca logró demostrar que las relaciones fueran de mutuo acuerdo. Nunca fue extraditado. En Febrero de ese mismo año, su clínica fue declarada en bancarrota y cerró, lo mismo que su compañía. Nunca más le ví. Nunca más supe nada más de él.
Nunca. Hasta hoy. Exactamente hace 2 años después de que Keith desapareciera. Esta mañana, encontré una carta en el buzón de mi casa, escrita a máquina. Sin remitente. Sin sello. Y decía:

“Juan 8
Lucas 15
Aún guardo tu secreto, amiga”




























Saturday, September 29, 2012

La Cuerda Floja

Una vez en una clase de meditación, el profesor nos pidió que visualmente nos imagináramos a nosotros mismos en el aire, sujetos por miles de cuerdas hacia todas las direcciones, tirantes, unas con mas tensión y otras con menos. Esas cuerdas representaban cada una de las cosas, personas, pensamientos, acontecimientos que tienen una incidencia o una fuerza sobre nosotros en un momento dado. Una pelea con nuestra pareja, un dolor de espalda, un mal dia en el trabajo, la lluvia, pero también un buen momento en una terraza, una clase de zumba o lo que sea. Nos pidió que nos imagináramos con las cuerdas tensadas hacia un lado y otro. Y como eso nos hace mantenernos flotando en el aire pero nos desfigura. Luchamos para aflojar unas, cortar otras, tirar de unas hacia nosotros para mantener el control sobre esas cuerdas. Para mantenernos “cuerdos”. Logramos que las cuerdas estén menos flojas cuando hacemos relajación, cuando vamos de vacaciones, cuando desconectamos. Y cuando las cuerdas están tensas, tirantes, así estamos nosotros también. Y nos sentimos frustrados al no tener el control del otro lado de cada cuerda, de no poder definir sus fuerzas, sus direcciones. Y cuando la cuerda del trabajo esta en un buen punto, la del amor no va, o la de la maternidad, o la del dinero, o la de la salud. Y si una cuerda prioritaria en nuestra vida se tensa, nos tira con tal fuerza que no importa el estado óptimo de las demás: Una sola cuerda puede desequilibrarnos, desestabilizar todas las demás. Pensamos que la felicidad llegara cuando consigamos controlar el otro extremo de la cuerda. Pero que pasa si el otro extremo de la cuerda esta en otra galaxia? Si llega hasta el infinito y no podemos tener el control sobre ella? El profesor nos pidió entonces que entráramos a meditar. La meditación, nos conto, no trata de intentar destensar o tener el control sobre las cuerdas que nos rodean, sino de hacerlas desaparecer por un instante. Él nos hablo de que cada uno de nosotros somos perfectos en lo que somos, en nosotros mismos por que somos únicos. Podemos visualmente imaginarnos flotando sin ataduras, simplemente dejándonos llevar. Somos perfectos en cuanto que somos, sin la condición de ser o no madre, buena persona, con un buen trabajo, con una pareja estable, o con los millones de expectativas que la sociedad primero, y nosotros después marcamos en nuestra frente. Y asi, en un esfuerzo por hacer desaparecer las cuerdas, nos podemos encontrar con nosotros mismos, con quien somos genuinamente, y encontrar una paz interior que se esconde. Pensaba en todo esto a mi vuelta de un viaje a Sri Lanka, y en un momento de la vida en la que me doy cuenta de que mi felicidad ya no es controlable. Cuando a uno le salen las cosas como quiere siempre, se vuelve controlador de los entornos, de las personas. Sin saberlo a veces. Pero hay una esquina en nuestro camino que todos acabamos doblando que es la que nos enfrenta a una situación incontrolable. Para algunos quizá solo llegara con enfrentarse a la muerte, pero para la mayoría llega en forma de la ausencia de control sobre pilares importantes en la vida: Querer ser madre y no quedarse embarazada, querer a alguien y que se vaya a otro lugar, o quiera a otra persona, querer trabajar y no encontrar trabajo, querer olvidar y no poder, querer recordar, y olvidar… Y durante el viaje a Sri Lanka nos encontramos con el recuerdo del Tsunami que mato a tantas personas en el país, y hablábamos de que es lo que hay que hacer si viene un tsunami. Y nos contaban que lo que hay que hacer ante una fuerza que te arrastra, no es combatirla, por que al ser mucho mas fuerte que nosotros lo único que hace es agotarnos, asfixiarnos, y dejarnos sin aliento. Lo que hay que hacer es dejarse llevar. Pero dejarse llevar, implica aceptar que perdemos el control. Y ahi reside el gran conflicto. Quizá hemos pasado de una generación que lo aceptaba casi todo (pienso en la sumisión de la mujer por ejemplo, o de los niños) a una generación que ha visto la aceptación como algo inaceptable. Nos hemos acostumbrado a que todo sea como queremos, a no saber algo y buscarlo instantáneamente por internet, a acceder a todo tipo de abalorios que nos dan mas control sobre el mundo, mas información, mas acceso a quien queremos. Una generación que concentra los esfuerzos en el envoltorio y no en el interior. Cuando una cuerda nos tira mucho, la cortamos sin más. Rompemos con mucho y no aceptamos nada. El problema es de nuevo, aquellas cuerdas sobre las que no tenemos el control y las que no nos atrevemos a cortar por que pensamos son vitales. Creo que debemos dejarnos llevar más, y controlar menos los acontecimientos de la vida. Y si, también nuestros sentimientos sobre dichos acontecimientos. Nos hemos convertido en una sociedad que solo valora lo positivo, que lucha en contra de la tristeza, de los miedos, los entierra. O se esfuerza cuanto puede por maquillarlos, transformarlos en sonrisas. Prohibido llorar, prohibido preocuparse. Llorar y preocuparse es quizá el paso indispensable para darnos cuenta de que no podemos controlar algo particular en la vida, es el símbolo de dejar de tensar la cuerda, el símbolo de dejarse llevar y reconocer que ese hecho nos afecta, nos conmueve, nos duele. Al reconocer el efecto de dicha cuerda sobre nosotros, le estamos dando un espacio diferente en nuestras vidas, nos transformamos nosotros y como nos relacionamos con lo que esta al otro lado de la cuerda. No la estamos manipulando, escondiendo, tratando de cortarla. Tenemos pues que aceptar esas cuerdas que nos rodean por que son parte de nosotros y nuestra existencia, y al dejarnos llevar, dejar que se borren de nuestro alrededor para encontrarnos con nosotros mismos en nuestra esencia. Convivir con ellas, y elevarnos sobre ellas cuando lo necesitemos. Si no, andaremos siempre, en la cuerda floja.

Tuesday, April 24, 2012

Recuerdo

Recuerdo lo que hace tiempo, quizás un viejo hombre sabio barbudo me dijo y que desde entonces no he olvidado. Recuerdo que el, ¿o era ella?, una mujeruca arrugada con labios carmín quizá, me lo dijo con una confianza plena de la verdad de aquella declaración. Recuerdo mi silencio, pensativa, digiriendo una a una aquellas palabras, mis ojos perdidos mientras mis neuronas procesaban, verificaban con ejemplos vitales, si lo que decía era correcto, o no. Recuerdo lo joven que era cuando escuché aquellas palabras y como albergaba en mí todavía algún rayo de esperanza. Recuerdo lo injusta que había sido la vida conmigo… solo el comienzo de lo que seria el resto de mi vida. Recuerdo el dolor agudo en mi pecho, el dolor atroz en el que estaba sumergida en el instante en el que el o ella pronunció esas palabras. Recuerdo, sí, ya me acuerdo de quien fue, la enfermera de uno de aquellos hospitales en los que viví prisionera, atrapada. Recuerdo a la mujer claramente, curioso que por un momento no la recordara, al fin y al cabo parece que esto esta haciéndome efecto. La recuerdo perfectamente, sus cabellos plateados, sus mejillas sonrosadas, su redonda cara, sus estoicos movimientos, su espíritu altivo, sus labios rojizos, moviéndose, mientras me decía aquellas palabras que nunca olvidé. Recuerdo la aguja clavada en mi brazo - pálido, resignado, abobado por la inercia – extrayendo mi sangre enferma, mi sangre sin espíritu, invalida, invadida desde que nací por unos cuerpos alienígenas invisibles que nadie conocía, ni yo, ni la enfermera que me hablaba, ni los médicos, ni los expertos, ni los especialistas, ni los curanderos, ni las brujas que visite y consulte. Recuerdo las miradas de cada uno de ellos, dándome respuestas vacías, ecoicas, demagógicas. Recuerdo sus palabras intentando rociarme con esperanza. Recuerdo como fui perdiendo cada átomo de esa esperanza después de cada una de esas alternativas fracasadas, de cada remedio fallido que podría o debería intentar. Recuerdo los daños colaterales, las cicatrices, que cada una de esas opciones que intenté dejó en mí, en mis brazos, en mis piernas, en mi cerebro, en mi alma. Recuerdo los orificios que todas esas agujas gélidas dejaron en mis brazos, perennes marcas, rellenas de mi sucia sangre coagulada, ese producto basura que me mantuvo muerta y viva durante todas esas horas que poblaron todos esos días, que llenaron todos esos años que inundaron todas esas décadas que fueron mi vida. Recuerdo ese día, sus ojos y el movimiento de sus labios rojos, su boca cuando me descubrió su afirmación, o seria su secreto?, su secreto de vida. Recuerdo ese día, y el cielo y el olor a muerte de las flores de la persona de la otra cama del cuarto, y la textura del aire condensado del cubículo, penetrando mis pulmones, en los pulmones de ella, en los pulmones de él. Recuerdo que pensé en las partículas de aire flotando en el cuarto calientes, procedentes del aliento de la enfermera mientras me confiaba su secreto, su filosofía de vida esculpida con la experiencia con cientos de postrados hospitalarios. Recuerdo con asombrosa claridad como casi podía ver esas partículas de aire que habían residido durante segundos en sus pulmones, que habían sido transportados a través de su cuerpo, usando su sangre no contaminada como vehículo. Recuerdo como imagine que desaparecían en el pecho del otro paciente, permanentemente horizontal, inflándose su meseta, sus pulmones celebrando la venida de nueva vida. Recuerdo como me enmarañé en este juego mental y veía las partículas de oxigeno recién liberadas de mi vecino salir despedidas a la atmosfera de mi miserable ecosistema y como mi cerebro las atraía hacia mis orificios nasales. Recuerdo que los vellos de mis brazos entubados, prisioneros, se irguieron/ pusieron en pie, asqueados al pensar tener en mi cuerpo aire de otros cuerpos enfermos, opulentos de parásitos, secreciones, virus, patologías, como mi cuerpo. Recuerdo que respire hondo, procesando sus palabras. Recuerdo como esas fueron las palabras que reverberaban en mi mente mientras me inyectaba por última vez en mi ajado brazo, el elixir que le daría a mi muerte en vida la vida en muerte, la única solución que le encontraría a mi interminable calvario. Recuerdo, claro que recuerdo su susurro, cuando profetizo hace tanto: que el secreto de la felicidad es tener buena salud y mala memoria.

Thursday, April 19, 2012

I remember

I remember a long time ago, someone, maybe a forgotten bearded wise person, told me a thing that I have never forgotten since. I remember, he, or was it a she, a wrinkled lady
with bright lips maybe, she was confident of the truth of such statement. I
remember how I remained silent, thoughtfully, digesting one by one those words,
my eyes lost as my neurons processed, verified with life examples if what she
said was right or not. I remember how young I was when I heard those words, and
how still a few rays of hope resided in me. I remember how unfair life had been to me so far…only an appetizer of what the rest of my life, until this very moment would be. I
remember the sting in my chest, the pain I was submerged in at that moment, the
exchange moment with that man or that woman. I remember now, it is incredible I
almost forgot…after all, I think this thing is working. I remember, yes, it was
the nurse in one of the first hospitals I lived imprisoned, voluntarily hostage.
I remember her clearly, her gray hair, her pink cheeks and rounded face, her graceful
moves, her healthy spirit, her red lips moving as she told me what she said
that day. I remember the needle in my arm, my pale right arm, extracting my
sick blood, the poorly spirited blood invaded since birth by invisible alien
bodies that no one, not me, not the nurse that told me the words that now
resonate in my temple, not the doctors, not the experts, specialists, traditional
healers, curanderos, witches or anyone I saw until today, knew. I remember every look of each and one of them giving me empty answers, echoing in my head. I remember their words, trying to
look for other words to give me hope. I remember how I lost a piece of hope
after each and one of those failed options I could, I should try. I remember
the collateral damage, the scars in my arms, my legs, my brain, my soul. I
remember the holes that all those frozen needles, hundreds and hundreds of cruel
needles left in my arm, full of coagulated ill blood of mine, a product of
waste that kept me dead and alive for all these hours populating all these
days, inundating all these years, filling all these decades that were my life.
I remember that day, her eyes and the movement of her lips, her mouth as she
told me her statement, or was it her secret? ,her life secret. I remember that
day, and the sky, and the smell of death of the flowers of the person on the
other bed of the room, and the texture of the condensed, stiff air in the room
penetrating in my lungs, into the other patient’s lungs, into the nurse’s lungs.
I remember thinking about those particles of air floating, in the room, warm
and coming from the breath of the nurse as she told me her secret, her
philosophy of life paved with hundreds of patients she had seen in her life. I
remember brightly how I almost could see those particles of air that had resided
for seconds in her lungs that had been transported through her body using her uncontaminated
blood as their vehicle. I remember how I thought of them disappearing into the
other patient’s chest, inflating, cheering the advent of new energy,
celebrating the arrival of stamina, of life. I remember how I was caught in
this mental game, and how I saw the newly released particles of oxygen from my
neighbor into the atmosphere of my miserable ecosystem and how my brain attracted
them into my nose. I remember then, how the hairs of both my arms, intubated,
prisoners, raised disgusted by the thought of having in my body air coming from
other sick bodies, full of parasites, secretions, viruses, pathologies, just
like mine was. I remember I took a deep breath, processing her words. I remember
how those were the only words that reverberated in my mind, while I injected in
my aged arm, for the last time, that elixir that would give my death a life, the only solution I could find to this never-ending cavalry. I remember… of course I remember what she whispered, what she proclaimed, what she prophesized so long ago: That the key to happiness was
having good health and bad memory.

Saturday, January 08, 2011

90 - 60 - 90

Mi prima Bárbara colgó en Facebook el otro día la convocatoria de un concurso de fotografía sobre Mujeres mayores de 60 años. De inmediato me puse manos a la obra y fui revisando mi ‘fototeca’, que incluye rincones olvidados del planeta y miradas imposibles de olvidar. Encontre miles de fotos, de niñas, niños, paisajes, etc, pero casi ninguna de mujeres mayores. Me di cuenta de que en realidad no es que yo tenga pocas fotos de mujeres mayores (aunque en nuestro países a las de 60 aun se les considera jóvenes), sino que es que en la mayoría de los países a los que he ido, países en desarrollo, mujeres que consigan sobrevivir hasta los 60, son una excepcion y son difíciles de encontrar y por tanto de fotografiar.

Su nacionalidad decide cuántos años (no) van a poder estar sobre la faz de la tierra. Sus 60 anos son nuestros 90. Y, quien sabe quien tiene el poder sobre los otros 30 años robados, perdidos, olvidados?

El 80% de la población del mundo vive en países (subdes)arrollados, y más del 50% de esa población son mujeres. Una mínima proporción de esas personas llegan a cumplir los 60…. Imagino que los organizadores del concurso querían centrarse en la población Española o Europea, que envejece cada vez más. Yo he querido, sin embargo, centrarme en el derecho a hacerse mayor que tantas mujeres carecen, por el simple hecho de no haber nacido en Europa.

Este es el link para votar las fotos que he mandado al concurso:

http://fotoconcursoinmujer.com/seleccionada.php?foto_id=271&order=fecha&fotonum=2


Tuesday, December 07, 2010

Tutu and his light

Reaching the age of 11 in Kasongo is not easy. Malaria, the lack of food, of doctors, of transport, of light…. The filthy life conditions prevent many children from reaching adulthood.

But if the one that wants to reach it is albino, the task turns out even more arduous.

Not only are they more prone to eye problems, blindness and skin cancer. They are also killed as their body parts are considered precious witchcraft articles. Even their graves are dug out to turn their extinct hands and feet, into macabre trophies.

Tutu was a survivor.

He came to me one sunny day, while I walked in the red paths of Kasongo.

His eyes were sunk and his gaze lost. His hair was dirty of a white and reddish colour. His skin was dusty, singed, crumpled like the skin of an old man.

Full of shyness, he asked me for money.

I told him that if I gave him money, I would need to give money to all the other kids of Kasongo.

- It is to buy a pair of sunglasses and prevent me from becoming blind.

- How much are they?

- 1 $ (1000 Francs)

I took two dirty bills of 500 Francs and gave them to him.

- But I want you to come back and show me your glasses, ok?

He left like a lighting and came back like a lightning after 30 minutes, with a huge pair of sunglasses and an even bigger smile on his face.

Since that day he waited in front of the house after lunch, day after day. And he did not say a word to me, but smiled to me, and I smiled to him.

The soul polisher

-I am the official shoe polisher of Kasongo, may I? I looked down to my battered buddies that had shared with me adventures and gambles for 6 years.

- But these are flip flops – I said

- Well, can I come tomorrow then?

He only had black paint in the little wooden box and the clearest gaze I had ever seen, full of illusion.

- I am the official shoe polisher of Kasongo, may I?

- I looked down to my white running shoes.

-But they are while…

- Ok then, can I come tomorrow?

-----

- I am the official shoe polisher of Kasongo, may I?

- But today it has rained so much, the roads are muddy and if you clean my shoes they will become dirty again …

- He looked down, with a sad and lonely face. Then, suddenly he looked up with those eyes of honey and said full of enthusiasm:

- If they get dirty today, I will come back tomorrow and clean them again. May I?

- In that case…- I said melted – What is your name?

- My name is Nasser, it means the ‘Triumphant’, and I am the official shoe polisher of Kasongo. I am 11 years old and with the money I get from polishing shoes I help my mother pay my school, may I?

And with his little hands of ebony, he took my ankle with tenderness, and started to dust off my shoes, and my soul.

Sunday, December 05, 2010

La sonrisa del alba

Llegar a cumplir 11 años en Kasongo no es fácil. La malaria, la falta de alimentos, de médicos, de transporte, las condiciones inmundas de vida hacen que muchos no lo consigan. Pero si el que los quiere cumplir es albino, la tarea se complica.

No sólo son proclives a los problemas de visión, a la ceguera y al cáncer de piel. Además corren peligro de muerte al ser consideradas sus extremidades, artículos de brujería. Hasta sus tumbas se saquean para conseguir una mano o un pie.

Tutu era un superviviente.
Se me acercó un buen día mientras paseaba por los caminos rojos de Kasongo, en Congo.
Tenía los ojos hundidos y la mirada baja. El pelo sucio, de un blanco rojizo. La piel polvorienta, chamuscada, arrugada, como la de un viejo.

Con suma timidez, me pidió dinero.
Le dije que si le daba dinero a él se lo tendría que dar a todos los demás niños del pueblo.
'Es para comprarme unas gafas de sol y no quedarme ciego'.
'Cuánto valen?'
'1000 Francos' (1$)
Saqué dos mugrientos billetes de 500 francos del bolso y se los dí. 'Pero quiero que me vengas a ver y me enseñes las gafas que te has comprado, vale?'
Se fue como un relámpago. Y como un relámpago volvió al cabo de unos 30 minutos, con unas gafas negras enormes y una sonrisa aún más grande. Y desde entonces, después de comer, venía a verme todos los días. Y no decía nada, pero sonreía. Y yo le sonreía a él.

El limpiador de almas

‘Soy el limpiabotas oficial de Kasongo, ¿puedo?’. Miré hacia abajo, a mis maltrechas compañeras de andanzas y aventuras desde hacía 6 años.

‘Pero si son chanclas’ – Le dije.

‘Vale, ¿puedo entonces venir mañana?’

Sólo tenía un bote de pintura negra y un cepillito desgreñado en la cajita de madera. La mirada más nítida y llena de ilusión que jamás hubiera visto.

'Soy el limpiabotas oficial de Kasongo, ¿puedo?'. Miré hacia abajo y vi mis zapatos blancos con los que corría por las mañanas.

‘Pero si son blancas’ – comenté con una media sonrisa apenada.

‘Vale, ¿puedo entonces venir mañana?

‘Soy el limpiabotas oficial de Kasongo, ¿puedo?'

‘Pero si hoy ha llovido y está el camino lleno de barro, se me van a manchar en cuanto los limpies’.

Miró hacia abajo entristecido por un momento, y en seguida irguió su mirada dulce y me dijo:

‘Si se te manchan hoy volveré mañana otra vez a limpiártelos’.

Bueno – le dije derretida - ¿Cómo te llamas?

‘Me llamo Nasser, significa el victorioso, y soy el limpiabotas oficial de Kasongo. Tengo 11 años y con el dinero que saco de limpiar zapatos puedo ayudar a mi madre a pagar mi escuela, ¿puedo?’

Y sin más, con sus manitas negras, y su sonrisa de ángel tomó mi tobillo con ternura y comenzó a quitarle el polvo a mis zapatos…. y a mi alma.

Controladores de aire y lágrimas

Que levante la mano quien quiera un trabajo en el la hora se paga a 134 Euros y al ano pague de media 200.000 Euros. Que levante la otra mano quién quiera un trabajo de 30 horas a la semana.
Pues ahora que tienen las manos levantadas, suban y bajen los brazos una y otra vez con toda la energía que puedan e intenten volar, por que esta es la única forma de hacerlo en este país.

Sólo son pocos más de 2.000, los privilegiados que controlan el aire que respira Espana. 2.000 inconscientes, ilógicos, egoístas e insolidarios.

Inconscientes por que si hubieran sido conscientes de lo que hacían, les llamaría criminales, zopencos o gentuza. Inconscientes por que han echado por tierra las ilusiones de 650.000 inocentes, de sus madres, padres, hijos, hijas, amigos, novios, amantes, colegas de trabajo, etc que les esperaban con los brazos abiertos. Incoscientes por que han parado un país de parados, por que su caprichoso refunfuno nos va a costar a todos, por que cada segundo que ellos se han declarado 'enfermos' han echo enfermar más a los viajeros y a la maltrecha economía espanola.

Ilógicos por que lo que han hecho no es justicia ni tiene ninguna lógica. Las huelgas se hacen para llamar la atención de los medios de comunicación y el público y de los gobernantes a la larga. Para conseguir cambiar algo por medio de presión. Esto no ha sido una huelga. Esto ha sido una soberana estupidez, un chantaje en toda regla que no obedece a la razón, pues jodiendo a tantos por la extravagancia de unos pocos solo ha conseguido ponernos a todos en su contra, gobierno incluído.

Insolidarios por armar semejante caos y alarma para trabajar menos por más en un país en el que los que tienen suerte trabajan más por menos.

Egoístas por que son los que menos trabajan y más ganan de toda Europa y ganan el doble que la media Europea.

Cuando perdieron el control del aire ganaron el control de las lágrimas, ilusiones y suenos de todos los que querían volar. Perdieron la cabeza y el corazón.

Sigue usted con las manos levantadas? Pues cierre todos los dedos de las manos menos el corazón, y muéstreselos a ellos - sin miedo -, que precisamente eso, es lo que les hace falta.





Tuesday, November 09, 2010

Se Busca

Se busca (viva o muerta) la identidad de
María*, mujer**, española*** de treinta años****.

Llamen (a la puerta) si saben donde la puedo encontrar o tienen alguna clave que me lleve a ella (a la identidad, no a la puerta)

*María: Sí, como la virgen, aunque de virgen me queda poco, porque quién conociera a maría amaría a maría.
Y sí, María como las asignaturas facilonas aunque de fácil o simplona tengo poco. Soy retorcida con la lengua. Y a veces loca, perra y arpía. Lo sencillo me aletarga, me aburre o desespera, lo complicado me engancha a la serotonina en vena.

**Mujer: sí de armas tomar las veces, hecha y derecha aunque zurdita. Pero me manejo con los mapas como pies en el agua y conduzco debuti y en ocasiones me antecede una tripilla cervecera, y me depilo el bigote cuando mi hermana me lo descubre y se lleva las manos a la cabeza y llevo los pantalones en mi casa y a ella traigo el pan y miro no sin descaro cuando veo una chavala agraciada en sus aires o atributos....

***Española: por acusaciones del picaporte/pasaporte que me abre las puertas de tantos países pero ni por tiempo que he pastado en tierras españolas, ni por amor a la bandera o a la corona q la decora, ni por voz ni voto, ni por el (quem)arte cocinando arroces amarillentos, ni amarillas tortillas, ni por mis gráciles contoneos haciendo que bailo sevillanas, jotas, zetas o pés, ni por que me arda la sangre- de rabia- al ver un toro en el coso ignorante de que le espera un final vangoniano.


****Treinta años: pero a veces tengo la curiosidad de una nena de 7, regalo los sabios consejos de una arrugada mujeruca que roza con los dedos su lecho eterno, la descarada desvergüenza de una jovenzuela que sin éxito intenta introducirse su primer tampón en el orificio virginal, o la serenitud de una damita cincuentona, o el llanto desconsolado de un bebe o la soledad de un muerto de Bécquer.



Atún, atún tún
Quién es?
Soy yo, tu identidad
Adelante adelante: ay! Caramba!
Pero si no te había reconocido! He cambiado tanto últimamente!!!

La visitación del papanatas del vaticao, o el cuento al que no le salen las cuentas

Érase que se era, una historia de la pera. (Nótese que podría haber dicho – por cuestión de temática- una historia de la ostia, pero por rima, finura y amor a las frutas me decanto por la pera).

El jefe de Estado de una llamada Monarquía Absoluta o absolutista al caso (dos palabras que ya separadas me causan respingo y juntas casi me dan un yuyu (o yeyu) o papatús), llegó a visitar a los fieles de un estado que había estado… mejor. Por lo menos un 20% de ellos, al no tener que ir al trabajo por carecer de él, le fueron a ver. El famoso ‘Ora et labora’ antiguo – o el actual: Oro (¡y tanto!) o laboro (¡Y tan poco!) o bién: ‘A falta de pagas, en las rodillas llagas’ (Dice el refrán que me acabo de inventar).

El honorado, regía, presidía y recibía una suculenta papaga de un pequeño imperio de 900 personas, en su mayoría varones. Un imperio pétreo de algún rincón de la Europa del sur de un siglo con mucha luz y sin muchas luces. Un imperio rico en fe y más rico todavía en pecunia. (Casi 400,000 Euros per cápita per annum). Elegido, no por elección del pueblo, sino por un grupito – todos varones también – a su vez elegidos por el anterior jefecito del reino. Un desliz de la democracia, vaya. Las mujeres – pocas - ni tienen derecho de voto, ni derecho de ser votadas. Un reino que no ratifica la convención de las Naciones Unidas contra la discriminación de las mujeres. Un reino que empeña una novena parte de sus habitantes en defenderse contra sus demonios – todos varones los soldatidos de plata, bueno y los demonios también. Incluidos en el paquete del sacro ejército dos tamborileros y un capellán.

Éste señor – mano derecha otro señor pero con mayúscula, fue a (re)santificar una catedral en año santo (que digo yo, que podría venir en los años no santos para no santificar lo que ya ha santificado el destino de los años) y una familia que ya era sagrada.

Para preparar la visitación y el arduo ejercicio de la resantificación, el estado anfitrión rebuscó en las arcas –que parecían vacías – y encontró. Vaya que si encontró! Un tesoro de unos 900 millones de las antiguas (y barbudas) pesetas. Sí lo que oís y lo escribo con todos los ceros para el lector despistado o torpecillo en materia de álgebra: 900.000.000 de las difuntas antepasadas del euro. Ni más ni menos.

Pero gastado en qué, por que regalarle al mandatario quesos de tetilla sería de mal gusto… Gastado en un escenario – le han timado a alguién por que por ese precio venden tronos en Ikea seguro - y con toda seguridad en seguridad.

Para hacer de la faena un acto más efectivo y mucho más movidito, yo hubiera traído de vacaciones al campo de estrellas, al grupito de oficiales con tamborileros y todo, que para eso cobran lo que cobran. Para hacer un concierto en el escenario –altar- trono con unas cuántas gaititas y amortizar un poco. Además, para qué tantos escudos, esfuerzos y sobre todo tantos ceros, para proteger a alguien que se codea con ángeles, tiene a raya a los demonios y que es descendiente del mismísimo portero del cielo.

En el reino anfitrión, la leyenda dice que los zapateros irán al cielo por buenos (o tontos), los del reino del vaticao Irán al infierno en papamóvil, y los fieles peninsulares sin laburo– Ay pobres porDioseros! no comerán perdices – por que no las pueden pagar y se morirán del asco mientras mascullan entre dientes un aleluya moribundo y arrepentido.

La apuntadora se quedará pensativa en su sillón intentando comprender. Absorta, con un cacao maravillao, el cacao de la vaticao.

Y colorín colorado este cuento será censurado.

Monday, November 08, 2010

Kasongo me ilumina - o el relato de una coqueta luciérnaga en la oscuridad

Perdida en la grotesca oscuridad de una noche de otro siglo que se enmaraña en el presente, aparece una luciérnaga.

En el salón, de esta casa construida por los bárbaros belgas antes de que el mundo se agitara con la segunda guerra mundial, abarrotada por su pomposa luminosidad, la luciérnaga se contonea, vivaracha ante mis ojos rendidos por la fatiga. Se regodea, saltarina orgullosa de sus antenas y su bombilla.

Solo ella porta luz, todo lo demás en las selváticas hectáreas que me rodean, esta cubierto de una cruel opacidad que sólo deja ver los sonidos de los grillos. La luna es ama, duena y senora orgullosísima de todas las sombras, contornos y horizontes parducos. Y hasta la noche es mulata.

En entornos en los que llegan mínimos estímulos a los ojos, el cerebro se agudiza, los ojos se despiertan y lo llano y mundano se convierte en arte, poesía y color. Entre rejas fermentan los instintos y las ideas. Comienzo a masticar mi soledad obligada. A gozarla y darle la bienvenida. Perdida en el corazón de África o en el culo del mundo, en la nada, donde solo hay polvo, sudor y pies descalzos, me he topado con una extraña paz, para la que nunca tengo tiempo. Pero el tiempo aquí también se ha apagado. Este claustrofóbico escondite de interminables segundos de sol e interminables segundos sin luz, está lejos del infierno que creía encontrar.

Es un paraíso de antes. Purito y casto. Ajeno a nuestras distracciones y glotonerías de occidente. Sin antenas, exceptuando las de decoran las cabezas de nuestros amigos insectos. Que tontea con el aburrimiento, pero con un que-se-yo que escapa a revistas de agencias y documentales de la 2. (seguramente por fortuna).

Ni taxis, coches o autobuses. Ni bares, boîtes, o antros – ni recuerdo o imaginación de ellos, ni teles ni visones, ni juguetitos eróticos, ni revistas, ni libros, ni periódicos – por no haber, no existen casi ni las letras ni los puños que las puedan crear –, ni perros, gatos, o caballos, ni mues, ni ñues, ni ricos ni famosos, ni blancos, ni rubios de ojos azules, ni restaurantes japoneses o tacones de aguja (los únicos tacones aquí, son Tacones lejanos). Nunca ha habido ni habrá ni una sola pizza, ni un triste cruasán. No hay microondas, ni ipods, ni asfalto, ni hay por qué. Tampoco tampones. Ni piscinas, ni afterhours, ni fiestas de la espuma, ni falta que hacen. No hay chistes, ni chicles, ni chinos.

Si hay fe, y canciones de repente, y juguetitos de los de antes –que dirían los abuelos - hechos con ruedas prejubiladas y tapones de botellas reusadas hasta la saciedad. Sí hay paseos con cabras caprichosas, algún anófeles palúdico, alguna que otra (wanna-bi) bicicleta –, pescaditos secos colocados en montoncitos en el mercadito esperando a ser engullidos, un guardia de tráfico -de personas- en la rotonda principal. Si hay polvo, y fecundaciones, muchas. Y muchas, muchas caras atónitas y miradas curiosas cuando yo voy descubriendo la riqueza que se esconde en la pobreza de este lugar.

Los niños se asustan y no se atreven a acercarse a mí. Si lo hacen es para pedirme un bombom ou de l’argent. El sol castiga en el caminucho rojizo en donde todos los que me ven pasar me remiran con curiosidad que me hace sentir (un tanto incómoda) como una celebridad o como un bicho raro raro raro. Me sudan hasta los antepasados, y el polvo del camino genera un barrillo en mi epidermis que por un momento me hace pensar en un ligero y apanado moreno. Un espejismo sin duda alguna: el agua de la pileta en donde me baño, -y nótese que no digo ducha, por que no acostumbro a usar eufemismos - me aclara, las ideas.

Estoy lejos de todo y cerca de todo. Lejos de mi epicentro, de mi ecosistema, de los aires que respiro. Cerca de las realidades más básicas de la vida, de las sonrisas más sinceras (y con menos empastes), de las miradas más transparentes, de las verdades más escritas y descritas por otras civilizaciones.

Cerca de lo que siempre ha estado ahí pero que no he podido ver por estar cegada con tanta luz. Y aquí sigo sin ella. Da igual abrir los ojos que cerrarlos. Solo puedo ver mi imaginación, mis ideas, a mi-sma. Como la luciérnaga, que decidió crear su propia luz interior cuando todo a su alrededor era noche, como la noche que se inventó las estrellas, como las estrellas que se fugaron, a mí Kasongo me ilumina.



Saturday, September 05, 2009

HAKUNA MATATA?

Matata significa problema en Swahili. Pero no solo hay una palabra para designar un problema. Hay cuatro: Matata, Mshala, Shida y Tatizo ( Si t’atizan si que tienes un marron- por cierto, color de los que tienen tantos tatizos!!). Y no es en vano que los africanos tengan tal riqueza de léxico cuando se trata de hablar de problemas. El famoso Hakuna matata de Kenia ha dado la vuelta al mundo. La variante Tanzaniana es ‘Worry Not’. Y me encanta!

Expondré a continuación mis recientes experiencias en materia de tatizadas Tanzanianas (Tanzania, para el que lo ignore, como yo antes de llegar, es un vocablo relativamente nuevo, del 1960 cuando se fundo la unión de dos países: Tanganyika y Zanzíbar. Le dieron como nombre al fruto de esta conjunción las primeras silabas de ambos países: TAN y ZAN y para culminar, redondearían el final).

Tanzania, capital Dodoma. Aun recuerdo que en séptimo de EGB ( si yo si que se lo que es E.S.O. de estar en la EGB!!) una profe que odiaba, llamada Chus, nos enseñó las capitales usando reglas mnemotécnicas. La de Tanzania – Dodoma era: Tarzán usa dodotis…

Tanzania, tierra del Serengeti, de las playas y la montaña más blancas del continente negro, el Kilimajaro.

Dice la leyenda que cuando Dios caminaba por África, se tropezó con el Kilimanjaro y se cayó encima de Kenia. Al caer, con su puno fue a parar a una montaña cercana a Nairobi dejando la huella de sus nudillos en la montaña, de forma que dejo 5 pequeñas ondulaciones en su superficie. Esa montaña con 5 ondulaciones recibe hoy en día el nombre de Ngong. Y es en donde hace 3 años pase yo 6 meses en una (NG)ONG. Y es también, por cierto, donde Robert Redfort se estrella en memorias de África.

Tanzania, tierra en donde mientras la mitad de la población sobre/malvive con menos de un dólar al día, y la gran mayoría de sus inquilinos habituales desconocen la riqueza de su fauna y su flora salvaje, millones de mzungus (personas pobres en melanina y ricas en papeles de colores) migran cada año para observar con sus prismáticos como otros tantos millones de ñus migran para poder beber de los charcos del Serengeti. Con sorpresa descubro el insultante precio de cada safari, unos 200 Dólares de media por persona por día.

La población descalza y hambrienta nunca ha visto los rinocerontes y los elefantes que comparten nación con ellos y rara vez puede ver los rinocerontes que aparecen en los billetes de 5000 shillings (unos 3 Euros) ni los elefantes de los billetes de 10000 (unas 1000 de las antiguas y barbudas pesetas). Mientras el turismo deja al ano en Tanzania aproximadamente 1 billón de Euros. Mil millones de Euros (o unos casi 200 billones de las antiguas y barbudas pesetas). Trillones de esos shillings con elefantes y rinocerontes estampados. Tanzania, país donde el gobierno gasta unos 6 Euros al ano per capita en salud. Mil pelas en todo el ano. La mitad de las chicas de 19 anos, están embarazadas o ya han sido madres. A 15% de las mujeres en Tanzania les han mutilado sus genitales (aun así, estas son cifras mucho mas bajas que las de Somalia (98%) o Egipto (96%). Uno de cada 10 niños nacidos no cumplirá su quinto cumpleaños, y la desesperanza de vida ronda los 50 anos. La media de hijos por mujer ronda los 6, y la tasa de crecimiento de la población esta por 2.5 lo que significa que duplicara su población en menos de 40 anos. Doble de población y la mitad de los fondos. Pero en el pais es difícil hablar de planificación familiar (las encuestas muestran que casi 1 tercio de las familias que quieren acceder a planificación familiar no pueden por que no hay ni servicios, ni médicos, ni materiales, ni carreteras, ni nada de nada.

Y si el lector pudiera consolarse pensando que al menos el dinero de los safaris va a proteger a los animales de los parques nacionales. Piiiii. Pruebe a adivinar de nuevo: En casi la mitad de los parques nacionales, la población de leones y de elefantes ha menguado en los últimos anos debido a la caza ilegal. Se salvan zebras, jirafas y bambis. Todo bicho que tenga dientes o cuernos de un tamaño considerable corre, peligro. A los cazadores furtivos nadie les para los pies. A ellos solo parece interesarles los animales impresos en los billetes, los vivos les importan un cuerno. Los que compran precisamente los cuernos, son asiáticos ávidos de incrementar su potencia sexual, gracias al aparente poder que creen que tienen los cuernos. Hakuna matata?

Y como me ocurriera no hace mucho en India (que hace poco descubri que significa: I’ll Never Do It Again, o en espanol : Nunca mais), en esta ocasión tambien se han cruzado en mi camino dos criaturas del reino de los insectos. En esta ocasión, no han sido cucarachas, ya que con el frío que hace en estos lugares de dios no han logrado expandirse. Esta vez han sido dos arañas. La primera se cruzo en mi camino la primera noche que pase en Tanzania. Llegue al hotel, después de 8 horas en un mal llamado bus de lujo, que raudo y veloz tardo 8! horas (aunque se me hicieron como un 8, tumbado) en surcar los 250 kilómetros de baches, hoyos y polvaredas que separan a la bien llamada Nairobery de Arusha. La susodicha criatura de 8 patas (supongo, no las llegue a contar), se atrevió a recorrer mi maltrecha percha mientras planchaba la oreja, dejando tras de SI (mayor), y sobre mi (Menor), 40 muestras del kilimajaro en miniatura (conté las picaduras). Desperté a media noche, a punto de arrancarme la piel del picor inhumano que aquella descarada menudez me había provocado. Claro que a estas alturas, desconocía aun quien era el autor o la autora de semejante fechoría, y mi primera sospecha fue que, en efecto, había sido ferozmente picoteada por una anopheles, una mosquita, (no del todo muerta), y que a lo mejor, había depositado en mi torrente sanguíneo el parasito de la Malaria. (Del italiano ‘Mal aire’)
Del picor y el agobio, caí rendida en otro profundo sueno del que me levante con el canto del loco del gallo de los vecinos.

Al llegar el alba, inspeccione con detalle los souvenirs que la noche me había otorgado, principalmente en mi brazo siniestro…. No parecían ser aquellas las picaduras de un mosquito/a, ya que en lugar de ser cimas rojas y puntiagudas, eran las 40 picajosas muestras mas bien altiplanos rugosos que se extendían como en fila por mis extremidades…. Esas eran huellas inequívocas de una arana.

Al instante me dispuse a rebuscar entre cortinas y sabanas para encontrar a la culpable de mi cordillera montañosa. En vano. En decepción pedí que me dieran un spray para aniquilarla. Rocíe la habitación a conciencia. Tuve que salir al balcón para evitar ser la victima número 1 de la operación pulverización. Después de la cena volví a mi habitáculo. Por casualidades de la vida, mire hacia el techo. Allí estaba. En medio de la blancura nuclear de la superficie superior de la alcoba, la encontré toda pancha, ignorando cual seria su suerte inmediata. La operación pulverización, no ha había conseguido hacerla polvo. Pantufla en una mano y spray en la otra, la distraje disparándola directamente con este ultimo instrumento, y aprovechando su confusión (digo yo), la aplaste con la pantufla, con la misma piedad que ella había demostrado tener conmigo (osea ninguna), dejando en la blancura nuclear de la superficie superior de la alcoba un souvenir tan feo y visible como el que la protagonista de la historia había dejado sobre mi dermatología.

Por si las moscas (mosquitos o arañas), antes de dejarme arrastrar por mi sueno REM, me embadurne de repelente. A la mañana siguiente, no había rastro de ninguna nueva incursión del enemigo en mi territorio. Ah! Mire de nuevo al techo para cerciorarme que la bicha estaba bien muerta, y cual fue mi sorpresa al ver, al lado del lugar del siniestro, que aun dejaba ver los restos de la culpable, otra. Otra arana!

Atónita de ver que habían llegado refuerzos, repetí sin más dilación, la operación de la noche anterior, con éxito.
Con gran atención, escucharon la decepcionista, el cocinero y el vigilante del hotel mi relato, (no tenían nada mejor que hacer ya que yo era la única inquilina del hotel, por lo menos la única con dos patas solamente). Conmovidos por mi trágico pasado, me prometieron que me colocarían una mosquitera esta misma noche para evitar que se repitieran nuevos ataques insurgentes de las multipatas.

Hakuna matata?