No sólo son proclives a los problemas de visión, a la ceguera y al cáncer de piel. Además corren peligro de muerte al ser consideradas sus extremidades, artículos de brujería. Hasta sus tumbas se saquean para conseguir una mano o un pie.
Tutu era un superviviente.
Se me acercó un buen día mientras paseaba por los caminos rojos de Kasongo, en Congo.
Tenía los ojos hundidos y la mirada baja. El pelo sucio, de un blanco rojizo. La piel polvorienta, chamuscada, arrugada, como la de un viejo.
Con suma timidez, me pidió dinero.
Le dije que si le daba dinero a él se lo tendría que dar a todos los demás niños del pueblo.
'Es para comprarme unas gafas de sol y no quedarme ciego'.
'Cuánto valen?'
'1000 Francos' (1$)
Saqué dos mugrientos billetes de 500 francos del bolso y se los dí. 'Pero quiero que me vengas a ver y me enseñes las gafas que te has comprado, vale?'
Se fue como un relámpago. Y como un relámpago volvió al cabo de unos 30 minutos, con unas gafas negras enormes y una sonrisa aún más grande. Y desde entonces, después de comer, venía a verme todos los días. Y no decía nada, pero sonreía. Y yo le sonreía a él.
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